La mayoría de las personas quitan la muerte de sus pensamientos. Insisten en estar ocupados por completo con la vida para no ocuparse del único acontecimiento que con seguridad se les presentará en esta vida, la muerte.
La mayoría de las personas cree que después de su fallecimiento la vida continuará, sin embargo pocos piensan que es el propio ser humano quien determina, con su vida presente, cómo será esa continuación en el más allá, quedando como una vaga suposición que quizás poco antes del fin uno mismo considerará.
Pero si el hombre acepta su muerte física y se ha ido preparando para ella durante su vida terrenal, podrá experimentar muy conscientemente la misericordia divina en las horas de la muerte. El alma que se va desprendiendo del cuerpo y el hombre viven entonces esta película de la vida con plena conciencia. En el tiempo en que la respiración física fluye todavía suficientemente por el cuerpo, el alma y el hombre observan con tranquilidad aquello que se ha presentado para ser purificado. También reciben la fuerza y la posibilidad para llevar a cabo esta purificación todavía plenamente consciente.
En nuestros últimos días terrenales y también en las últimas horas en la Tierra, a cada uno se le hará consciente sólo tanto como pueda superar. En todos los procesos de toma de conciencia, también en la hora de la muerte, nos es dada la fuerza para purificar lo reconocido mediante el perdonar y el pedir perdón y para enmendarlo en la medida en que aún nos sea posible. Que el alma y el hombre sean o no capaces de percibir esto, dependerá únicamente de la manera en que el hombre haya pensado y vivido.
Durante toda la existencia terrenal, incluso hasta el momento de cerrar los ojos definitivamente, el mundo divino da al hombre una ayuda tras otra. Después de la muerte física, las ayudas del mundo divino siguen para el alma, aunque de un modo totalmente diferente, pues en los planos de purificación se trata de expiar y no de superar.
Esto significa que hasta nuestro último aliento terrenal tenemos la oportunidad de reparar lo que hayamos hecho de contrario a nuestro prójimo, lo que hayamos causado contra las leyes de Dios que conocemos en los 10 Mandamientos, incluso también lo que hayamos causado a los animales o al planeta Tierra, y así irnos liberando de estas cargas. Puesto que nuestra alma se lleva al Más allá todo aquello que no hemos purificado aquí en la Tierra.
Por tanto cada hombre determina por sí mismo que el “Más allá” se le presente como cielo o infierno. Cada alma vivirá allí sus propias imágenes, es decir todo lo que causó con su sentir, pensar, hablar y actuar. Y son estas imágenes, que introdujo en sí y en la computadora causal, las que le producirán alegría o sufrimiento.
En todo el Universo no existirá ningún rincón en el que nos podamos esconder de nuestras propias imágenes. Tampoco habrá pastillas para aliviar los dolores o eliminar lo que causamos a nuestros semejantes siendo hombre y que ahora hemos de sufrir y soportar como almas.
Nuestro pequeño mundo existe tanto aquí como allá. Nos llevamos al otro lado todo, tanto la luz como las sombras.
Si el hombre aprovechó los día terrenales y purificó en gran medida sus encarnaciones anteriores, si vivió cada día conscientemente esforzándose en cumplir las leyes del Universo, que son las leyes cósmicas del amor, el alma entrará después de la muerte física en esferas de irradiación luminosa y fina y seguirá viviendo con seres luminosos con los que ya ha estado en comunicación siendo hombre. El alma oscura, sin embargo, pasará por delante de sus demandantes que le acusarán e inculparán por su comportamiento como hombre, que le acosarán y perseguirán en su interior y que le estarán amenazando y ocasionando el fuego infernal, ya que ella ha llevado consigo su propio infierno.
Maximiliano Corradi.