Harto del ruido, Fernando se quejó en el grupo de WhatsApp que comparte con sus vecinos del barrio Las Condes, en Santiago: "Alguien lleva mucho rato tocando la cacerola", escribió en referencia a la forma de protesta que hace casi dos meses es telón de fondo del estallido social en Chile.
Su vecina, Catalina, lo desafió desde el otro lado de la cerca. "Sí, soy yo", replicó, y fue eliminada de la comunidad virtual.
El intercambio fue compartido en Twitter y la discusión derivó en un escándalo doméstico de tuits, llamados telefónicos y una pelea familiar en casa de Catalina, que disgustó a su padre al ofender a alguien de su círculo.
Este tipo de escenas no son exclusivas de Chile. La polarización política en distintos países de América Latina se ha colado a las relaciones sociales.
En Argentina, Brasil, Bolivia o Colombia, se instala de lleno en la mesa familiar, en los grupos de amigos y en el ambiente laboral, y se radicaliza en la arena de las redes sociales.
"Todos quedamos de algún lado de la grieta", dice Natalia Aruguete, investigadora del organismo científico argentino Conicet.
Esa grieta se viraliza con memes, gifs y stickers que aterrizan como broma o insulto según el receptor.
Para Aruguete, la polarización gestada por las políticas sociales estaba instalada, pero "los estallidos hicieron que los habitantes volvieran a tomar consciencia de esos procesos, generando un mayor afianzamiento identitario, no sólo político sino también religioso y étnico", explica.
Blanco o Negro
En Colombia, el descontento contra el gobierno de Iván Duque explotó a fines de noviembre. En redes sociales, el país se partió entre quienes apoyaban o no las manifestaciones. Esa división le recordó a Yurany Arciniegas, de 35 años, el ambiente que se vivió durante el proceso de paz de 2016.
"Cuando la división era por el Sí o por el No, muchas familias se pelearon. Ahora se ve en las protestas: he visto a amigos eliminándose entre sí en redes sociales", comenta la comunicadora.
En plataformas de mensajería o redes, el fuego cruzado de ironías es constante. Una imagen muestra al presidente brasileño, Jair Bolsonaro, enfundado en una camisa de fuerza. Otra compara a simpatizantes del PT del expresidente brasileño Lula Da Silva con un grupo de burros. El boliviano Evo Morales aparece disfrazado de Darth Vader o la argentina Cristina Kirchner vestida como Maléfica.
Daniela Urquizo, de 31 años, empleada de una calificadora de riesgos en La Paz, dice que en Bolivia la grieta política ha profundizado la división racial: "En las redes y en la calle se ve la polarización entre un supuesto pueblo y el antipueblo que alentó el discurso divisor del MAS [de Evo Morales], según el cual si uno no es indígena no tiene valores y el que lo es, está lleno de virtudes", dice.
En Chile, los casi dos meses de manifestaciones contra el gobierno de Sebastián Piñera han convertido a WhatAapp en uno de los epicentros de las riñas.
También en Santiago, un grupo de amigas se vio sacudido cuando una propuso hacer una colecta para ayudar a la policía y los militares. La mayoría respaldó la iniciativa, pero otras lo vieron como una aberración ante las denuncias de represión de las fuerzas de seguridad en las protestas.
La discusión amable se quebró, relata una de sus miembros, Constanza, abogada de 32 años.
Nicolás Freire, director del Observatorio Política y Redes Sociales de la Universidad Central de Chile, distingue el efecto de polarización individual con el entorno más íntimo a partir de WhatsApp. "Uno es parte de grupos que son homofílicos, es decir cámaras de eco de vínculos entre iguales", relacionados con lo familiar, lo laboral u otro, explica.
"Pero cuando hay conversaciones de relevancia nacional, se genera polarización porque uno no está en un grupo por la homofilia en términos políticos. Y las comunicaciones que antes nos hacían ver iguales, ahora nos hacen ver distintos".
Aislados en burbujas
Ciro Moraes, de 29 años, nació en Bahía y vive en Sao Paulo, donde trabaja en una fundación. Se define como "antibolsonaro", al referirse al presidente de ultraderecha.
Para evitar discusiones tomó una medida preventiva: "Mi estrategia fue crear una lista en Facebook y todo lo que comparto está bloqueado para ellos". Eso le permite "observar" al resto, pero a la vez "protegerse" de ellos.
Cecilia, chilena de 33 años, fue más drástica. "Me salí de dos o tres chats familiares de WhatsApp porque publicaban videos violentos, mandaban noticias falsas, mensajes generalizados, de odio, y eso me saturó", asegura.
Con mensajes radicales, contactos eliminados y la tolerancia en baja, las redes ayudan a la formación de burbujas que, según Aruguete, alimentan la división en dos sentidos: "Por un lado hay una reacción subjetiva, a identificarse con los miembros de una burbuja, y una menor afectación del mensaje que circula del otro lado de la grieta; por otro, hay una lógica algorítmica y orgánica de las redes sociales de devolvernos nuestros mensajes de manera ampliada, y esa lógica profundiza la grieta y consolida la polarización".
Fuente: Montevideo, Uruguay | AFP | por Luján Scarpinelli / María Paz Salas