Montevideo, Uruguay | AFP | por Por María Paz Salas y Luján Scarpinelli
Las calles empiezan a recuperar el bullicio con transeúntes enmascarados. Por mandato o elección, el uso de tapabocas se ha expandido en las ciudades latinoamericanas, convirtiéndose en esperanza para algunos y exclusión para otros.
Artesanos de trajes mexicanos estampan sus diseños en estas prendas.
Una fábrica de medias argentina adapta su producción para subsistir.
En Bolivia, un grupo feminista imprime sus mensajes sobre los barbijos, para que la tela no amordace reclamos.
Y mientras inventores chilenos democratizan tecnología para crear máscaras, personas hipoacúsicas y sordas proponen tapabocas con transparencias para evitar barreras.
Aquí, algunas historias de mascarillas.
Tradición y actualidad
La pandemia puso entre la espada y la pared a la fábrica y distribuidora mexicana Trajes Típicos Jimy, nacida en Guadalajara en los años 1950.
Miguel Castillo, encargado de la empresa familiar, cuenta que dudó "cien veces" antes de incorporar los tapabocas por el temor a no alcanzar los estándares de los quirúrgicos.
Pero cuando el estado de Jalisco comenzó a confinarse, 140 familias que integran la cadena productiva de la empresa entraron en pánico. "Nos alcanzó la crisis, bajaron las ventas, la gente comenzó a quedarse sin trabajo, tuvimos que cerrar tiendas", relata Castillo.
Fue cuando aceptó la propuesta de una costurera de Puebla que había fabricado tapabocas con partes de un vestido. Ese ejemplar mantenía lo tradicional de los productos que Trajes Jimy vende a Estados Unidos y otros países.
Así, quienes hacían vestimenta típica y de charros empezaron a hacer cubrebocas de manta de algodón y fibra natural reutilizables. La demanda de los diseños con iconografías aztecas, flores y muñecas los rebasó. "Tenemos miles de órdenes en espera. Hace 15 días estas familias no tenían para comer y ahora generan dinero", celebra Castillo.
De los pies, a la cabeza
Pese a la recesión, la producción de la fábrica de medias Sox, de Pigüé, provincia de Buenos Aires, alcanzaba los 160.000 pares mensuales y sustentaba a 70 familias. El emprendimiento atravesó varias crisis en sus 25 años de existencia.
"La diferencia es que siempre encontramos la forma de afrontarlas con el producto que fabricamos", cuenta Santiago Álvarez, responsable de producción. Ahora, la emergencia los obligó a renovarse.
El 20 de marzo, al activarse la cuarentena obligatoria en Argentina, se pararon las máquinas. Y la extensión del encierro en abril frustró la esperanza de reactivación.
Entonces, días después de enviar a los operarios a casa, volvieron al trabajo y convirtieron su materia prima en barbijos ergonómicos de doble capa de tejido y reutilizables.
La innovación, más subsidios y créditos, permitieron superar abril, dice Álvarez. Equiparon a bomberos, policías y funcionarios locales, pero el nuevo y concurrido mercado desafió a reajustar precios y diseños. Ahora, Sox busca escala para sus barbijos y planifica su impensada convivencia con los productos de siempre.
El grito feminista, sin bozal
El 8 de marzo miles de mujeres marcharon en Bolivia, uno de los países con más feminicidios de la región. El 22, llegó el confinamiento.
El movimiento feminista Mujeres Creando reaccionó a la doble emergencia -y a la falta de recursos ante el cierre de sus comedores en La Paz y Sucre- con la oferta de tapabocas y alcohol en gel violetas, y ungüentos basados en recetas de curanderas.
En los denominados "bozales para humanos", a la venta por 10 bolivianos (unos 1,5 dólares), imprimieron mensajes como "Quédate en casa no es lo mismo que cállate en casa", para que no se acalle el grito ante la violencia machista, dice María Galindo, referente del movimiento.
Mujeres Creando no rechaza esa protección, sino "el manejo de la pandemia por gobiernos como el boliviano para desarrollar mecanismos de vigilancia y silenciamiento", dice Galindo, que denuncia una explosión de la violencia de género con cuatro feminicidios durante la cuarentena.
"Para las mujeres, la toma de la calle es un mecanismo de emancipación y una válvula para relajar conflictos de violencia machista", afirma.
Modelos con impresión 3D
La idea surgió mucho antes del coronavirus. En un máster de innovación, tres chilenos idearon objetos antibióticos para luchar contra las infecciones. Copper 3D, empresa chileno-estadounidense que desarrolla tecnología de impresión 3D con materiales antimicrobianos y antivirales con partículas de cobre, se constituyó en 2018 sin imaginar lo que vendría tiempo después.
Mientras el mundo alertaba sobre la escasez de equipamiento médico ante la pandemia, la empresa comenzó a imprimir máscaras antivirales, reutilizables y de bajo costo.
"Nos dijimos que podríamos diseñar una mascarilla con material activo que se pueda fabricar en cualquier parte", dice Daniel Martínez, director de innovación de Copper 3D.
Su contribución traspasó las fronteras cuando la empresa decidió liberar los planos de su invento, "NanoHack", "llamando a la acción" a quienes tuvieran impresoras 3D.
La convocatoria surtió efecto: siete millones de descargas la primera semana, y una estimación de más de 15 en la actualidad.
Inclusivos, con transparencias
"Me siento discriminado", dice Daniel Ouanono, quien califica los tapabocas de "barrera comunicacional" para quienes son hipoacúsicos, como él, y para las personas sordas, al impedir la lectura de labios o gestos.
Este abogado argentino difundió junto a la Asociación Civil Fordes una petición que advierte sobre el "deterioro en la calidad de vida" de las personas con estas dificultades y solicita adecuar las normas, ya que los barbijos se volvieron obligatorios en Buenos Aires y en espacios cerrados en varios puntos del país.
En Argentina, cerca de un millón de personas tienen deficiencia auditiva permanente.
La solución para muchos son los barbijos con transparencia. Los confecciona, entre otros, Mariel Cingolani, de 22 años, una estudiante de lengua de señas que aprendió a usar la máquina de coser con tutoriales de YouTube. Sus barbijos, a la venta online, llegaron al departamento de Fonoaudiología de un hospital público porteño, dice orgullosa la joven que también vende ropa con estampas de la lengua de signos.