Friday, 19 April 2024

Ana Inés Díaz Llovet es docente del Departamento Administrativo de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración, entrevistada por Actualidad nos cuenta su experiencia dictando clases a estudiantes privados de libertad.

Con relación a sus inicios en el dictado de clases, nos expresó que supo “que quería hacer eso y que me iba a sentir enormemente gratificada por hacerlo. Siento que más allá de todo tenemos una deuda social con estos muchachos y podemos ayudarlos a salir adelante en este momento de sus vidas, brindando la ayuda que no tuvieron en otros momentos. Tratar de no dejarlos solos, cuando quieren y están luchando tan fervientemente por salir adelante. Yo quería ser parte, sin duda quería ser parte, no lo dudé por un segundo, no me generó temor ni resquemor, sentí que era algo que tenía que hacer”.

Confiesa Ana Inés que “siempre sentí la posibilidad de estudiar como un regalo que estaba recibiendo, yo estudié en la Universidad pública, alguien me la estaba pagando, la gente, el vecino, mis padres, el contribuyente con sus aportes desde el más chiquito hasta el más grande. Siempre sentí la necesidad de devolver lo que me habían dado y sigo sintiendo la necesidad de devolver lo que recibí, la posibilidad que tuve yo y que sé que otros tantos no tienen”.

Con respecto a las reacciones de su entorno cercano cuando se decidió a dar clases en la cárcel, nos manifestó que “no se enteraron inmediatamente, mi mamá es una mujer que sufrió, muy temerosa, pero al mismo tiempo la mujer más valiente que conozco. Ella me vio partir de Paysandú natal cuando tenía 17 años, era una criatura y en aquella época era muy inseguro ser una niña sola en Montevideo y padeció mucho. Me decía “siento que todas las noches me van a llamar para decirme que te descuartizaron, que te pasó algo”, es trágico pero es así.

En aquel momento había un asesino en serie y yo había sufrido una serie de robos a la salida de la facultad cuando salía de noche. Por eso le tuve que mentir y tratar con mucha cautela todo este tema, a la última que le conté fue a ella”.

Añadió que “finalmente le conté y fue un dilema. Las preguntas de ella eran las clásicas preguntas de alguien que te quiere, clásico de una madre, como “que no te vayan a dejar entre ceja y ceja, por favor andá tapada”. Normal para una mujer con esa formación, quedó aterrada, ella lo tomó con muchísima preocupación, mi padre lo ve distinto, quedó contento y orgulloso, por supuesto los dos me apoyaron”. “Tenemos la concepción que acabo de transmitir y creemos que mucho de esto de las cárceles tiene que ver con que no todos tenemos las mismas oportunidades, no todos nacemos con la misma suerte y el mismo contexto y las mismas posibilidades de desarrollarnos. Partir de la base del espíritu solidario nos hizo a todos sentirnos más orgullosos que otra cosa de esto que estaba haciendo”, afirma la docente.

Recordó que “meterme dentro del Comcar, del Penal de Libertad, de Punta Rieles, de San José fue realmente una experiencia, fue revelador ver una realidad que desconocía.

En el Penal de Libertad yo atravesaba todo el campo para llegar al pabellón donde estaban las personas menos riesgosas. Dentro del pabellón principal está la jaula, con personas que son muchísimo más peligrosas y que tienen su micro mundo ahí dentro, su micro empresa y su micro todo”.

Consultada sobre el comportamiento de sus alumnos nos manifestó que conoció “otro mundo dentro de lo que significaban las cárceles, los presos no son todos iguales, hay gente divina, que cometió un error que puede cometer cualquiera. Hay que dejar de ser hipócrita, cualquiera puede perder la cabeza, agarrar el auto, salir ebrio porque tomo demás, se envalentona en ese estado y mata a alguien. Sobre todo, quizá está preso no tuvo para pagar un abogado o no tuvo la representación debida”.

En su diálogo con Actualidad, Ana Inés recordó su primera clase, “fue en el Penal de Libertad, muy duro, desde que entré y empecé a transitar todo ese trayecto donde me estaban esperando mis tres primeros alumnos. Cuando hice todo ese trayecto se sentían las latas y ruidos de la jaula, no tenía muy claro que era ese ruido ensordecedor, gritos, golpes y más golpes, era algo que no paraba, gritos que no podía descifrar que eran. Llegué al pabellón y los gritos continuaron durante las dos horas y media de clase.

Uno de mis estudiantes había asesinado a alguien, por un tema de una pandilla. Había estado totalmente alejado de la delincuencia pero fue absorbido por el entorno. Era un niño, no estoy justificando con esto nada, me traté de poner en la piel de esa madre, de ese padre. Escuché los relatos de lo que hicieron cada uno de los que le dicté clases, me rompió el corazón imaginarme a la otra familia pero el tema es que esas víctimas y victimarios provienen del mismo lugar. Parece que las personas que provienen de esos entornos no tienen corazón o merecen sufrir menos, se pierde la empatía con esa mente.

Traté de ponerme en el lugar de esa madre que estaba perdiendo a ese hijo que estaba criando como podía o de ese padre que hacía malabares diariamente para ayudar a criarlo.

Escuché sus historias y eran terriblemente duras, ellos lo reconocían, sus propias madres los castigaron emocionalmente por haber hecho lo que hicieron. En otros casos ni se enteran o ni se percatan, viven en su mundo o son adictas o son adictos los padres. Los padres básicamente están siempre ausentes, las madres son adictas y tienen muchos hijos, es una cadena que no tengo que explicar mucho más”.

Agregó Ana Inés que un alumno le confesó “¿sabe que es lo peor profe? yo estoy en la jaula, yo duermo de día, trabajo de noche y estudio de noche, hago todo de noche”.

También recordó una anécdota sobre la honestidad de uno de sus alumnos, “habían empezado a pasar las pruebas por grupos WhatsApp, porque se hacían en tandas. Cuando fui a tomar el examen fue el único alumno que me dijo 'profe tiene que cambiarme la prueba porque la recibí por WhatsApp'”.

La docente nos manifestó que “la primera clase fue muy especial, noté muchas cosas que me cambiaron la vida, caí en la cuenta de lo que significa estar preso para un muchacho joven que podía ser un hijo. Fueron los mejores alumnos que tuve, traían todo leído antes, les daba en una hora y media lo que a otros alumnos les daba en cuatro horas a la semana. Me quedó y me va a quedar grabado para siempre lo dedicados que eran, como aprovechaban el tiempo, como valoraban eso, cumplían con todas las tareas que les dejaba encomendadas. Había mucho respeto... capaz que alguno dirá 'si te faltaban el respeto se iban al calabozo', pero yo estaba sola con ellos. Valoraban enormemente la oportunidad que tenían, sabían lo que tenían en las manos y tiene que ver con ese aporte que se les estaba dando y se resume a la palabra vida, a futuro, es lo que siento que fue un aporte, tratarlos como par, personas que habían tenido la desgracia, la mala suerte de nacer en un contexto distinto al mío y al de otros tantos como yo que tuvimos la oportunidad, habiendo nacido en contextos difíciles. Yo no nací en cuna de oro, nada se me regaló, todo me lo gané con esfuerzo, pero tuve otras herramientas, tuve un hogar por más dificultades que hubiera, entendí las diferencia entre el bien y el mal, me la demostraron, me dejaron entender que era una persona querida y que era valiosa, que era valioso que viviera y que era valioso que cuidara y que sintiera empatía, solidaridad por los animales y por las personas.

Me crié con valores que podrán ser discutidos, comparados con otros, si fueron más felices, pero tuve un tesoro enorme, soy millonaria afectivamente comparada con ellos, supe que hacer con eso”.

“Sí, yo y otros tantos hicimos las cosas bien, pero tuvimos la oportunidad y es la sutil diferencia”, reflexiona Ana Inés.

A medida que avanzaba la charla afloraban los recuerdos como docente en la cárcel. Nos contó que conoció “a una muchacha a la que no le di clase porque ella no quería. No la puede convencer, pero quizás pueda convencerla en un futuro. Ella mató al padre de su hijo porque esta persona violó a otro hijo que tenía. Cuando sospechó lo que le iba a pasar a su hijo, lo mató. Ahora está en la cárcel, estigmatizada, pero pocos sabemos cómo llegó ahí. ¿Se justifica y no? ¿Qué hago yo como madre en un caso así? No me corresponde decirlo acá, cada uno que saque sus conclusiones”.

Como última reflexión Ana Inés insistió que “todo esto me enriquece, me potencia y es el trabajo más lindo de todos los trabajos que tengo. Realmente es gratificante en general y, en particular, respecto a los jóvenes privados de libertad me hace sentir inmensa, así como muy triste, consciente y chiquita.

Me da miedo el futuro de muchos niños, adolescentes y niños del futuro porque soy más consciente de las realidades y tragedias pero me llena el alma y me enriquece de una forma que me permite tener otras herramientas, desarrollar otras habilidades y otras capacidades para poder ejercer frente a otras circunstancias de cualquier índole en cualquier ámbito, en mis otros trabajos, con mis colaboradores , personas con las que tengo que lidiar.

El frío que hay que tolerar siempre es menor al que ellos tienen que tolerar, la falta de recursos siempre me hace posicionarme en una situación de ver de forma más optimista todo.

Soy más optimista, más positiva desde que comencé con este proceso y ojalá siga y pueda seguir siendo parte porque uno va desarrollando habilidades para tratar con ellos. No cualquiera las tiene, las tiene quien las quiere tener y desarrollar; ojalá me sigan permitiendo ser parte de este proceso, la verdad que ha sido y será un honor”, concluyó la docente Ana Inés.

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