Thursday, 28 November 2024

Chance tiene 16 años y la tez clara, un rasgo que la distingue de sus compañeros de escuela, en el este de la República Democrática del Congo. Forma parte de los descendientes congoleños de los Cascos Azules desplegados en el país desde hace más de 20 años.

"Tuve una relación en 2006 con un uruguayo al que quería muchísimo... estaba embarazada de dos meses cuando él se fue de la República Democrática del Congo (RD Congo), sin decirme adiós", cuenta su madre, Faida, de 45 años.

En aquel entonces, Faida formaba parte del personal de limpieza de uno de los dos campamentos que tenía la Monuc (la misión de la ONU en la RD Congo, que en 2010 pasó a llamarse Monusco) en Kavumu, a 30 km al norte de Bukavu, capital de la provincia de Kivu Sur, escenario de enfrentamientos entre grupos armados.

La AFP se reunió en Kavumu con cuatro mujeres que aseguran haber tenido hijos fruto de sus relaciones con los Cascos Azules, una situación que llevó a Naciones Unidas a instaurar en 2012 un código de "conducta deontológica de los trabajadores" y a asistir a las familias afectadas, por ejemplo, haciéndose cargo de los gastos de escolaridad de los menores.

Ninguna de ellas habló de agresiones, pero algunas tenían 14 o 15 años cuando tuvieron relaciones sexuales con los soldados, a cambio de promesas de matrimonio, dinero o regalos sencillos.

Los "intermediarios" que las ponían en contacto con los militares solían ser jóvenes que "merodeaban por el campamento" y les hacían la compra a los soldados, cuyo idioma acababan dominando, explica un antiguo intérprete de la Monusco que desea mantenerse en el anonimato.

"No tengo respuesta"

"No tengo esposo, los hombres no quieren nada conmigo porque di a luz [a un bebé] de un contingente de la Monusco, un sudafricano", explica Masika, de 29 años. "Era un chico hermoso, un gigante", cuenta.

Masika tenía 15 años y vendía cacahuetes al lado de la tienda de su tío, cerca del campamento militar "Adi-Kivu". El soldado la estuvo "cortejando durante seis meses" y le dio "algo de dinero". "Yo me negaba, tenía miedo, pero al final cedí", relata.

Cuando Masika se dio cuenta de que estaba embarazada, el militar sudafricano "ya se había ido del Congo y su número ya no funcionaba". Tuvo una hija, Catherine, que hoy tiene 14 años y va a la escuela en Kavumu.

La Monusco "paga los gastos escolares y compra el material. Catherine es negra como los otros niños del barrio y se adapta fácilmente", explica su madre. El único problema, dice, "es que a menudo me pregunta dónde está su padre". "Y yo no tengo respuesta...", señala.

Sifa, de 27 años, afirma que a ella también la "cortejó" un Casco Azul sudafricano del que no sabía ni el nombre, cuando no tenía ni 15 años.

En aquel momento trabajaba en un restaurante del aeropuerto de Kavumu, al tiempo que estudiaba, pero tuvo que dejar las clases cuando se quedó embarazada. Su hija, Grâce, "no estudia". A Sifa no le dio tiempo a hacer el papeleo necesario y "no [la] incluyeron en la lista de beneficiarios", comenta.

En cuanto a Bora, tuvo dos hijos, una niña y un niño, con dos soldados de la ONU sudafricanos. Uno era cocinero y el otro "ingeniero, se encargaba del agua en el campo de Adi-Kivu". No mantiene contacto con ninguno de ellos.

Y eso, pese a que el padre de su hija Annie, de 17 años, le dijo que se la llevaría con él a Sudáfrica. "Incluso le dejó dinero para mi pasaporte a una vecina, que ahora está muerta y que se quedó con el dinero", cuenta Bora.

Su otro "hijo Monusco", Styve, tiene 14 años. Los dos estudian porque la Monusco se hace cargo.

Apoyo y asistencia

"Dentro de nuestra organización, hemos identificado a 11 niños cuyas madres declaran que nacieron en Kavumu", fruto de relaciones "con Cascos Azules" de diferentes nacionalidades, explica Zawadi Bazilyane, que lidera una oenegé que asiste a mujeres y que ha hecho de puente entre la Monusco y la población en el marco de este delicado asunto.

De esos niños, dos han muerto. Los nueve que quedan son adolescentes.

"Nos ha sido difícil constituir los dosieres porque muy a menudo esas mujeres no tienen la verdadera identidad de los padres de sus hijos", precisa, por lo que hacer test de ADN era imposible o muy complicado. "Pero hemos recabado testimonios, del entorno, de los jefes de las aldeas...", agrega "Mamá Zawadi".

La Monusco paga "los gastos y los kits escolares", y las madres aprenden oficios como la cestería o la costura "para su reinserción social". Algunas han recibido cabras para dedicarse a la ganadería a pequeña escala, cuenta la responsable.

La Monusco afirma que se "asegura de que todas las acusaciones de explotación y abusos sexuales" vertidas contra los Cascos Azules "se traten rápidamente". Principalmente, la Misión intenta "velar por que las víctimas y sus hijos reciban un apoyo y una asistencia adecuados", explicó en un texto enviado a la AFP.

Desde 2013, según la misión de la ONU, no se ha notificado "ningún caso" en Kavumu ni en los pueblos vecinos contra los Cascos Azules. "Pensamos que esto se debe a la colaboración" entre la Monusco y las oenegés y las "redes comunitarias" que trabajan para sensibilizar contra la violencia sexual.

Según la Monusco, al menos 158 mujeres de la República Democrática del Congo se han beneficiado de proyectos financiados por la ONU y 63 niños han recibido "ayudas para su educación".

Faida, que ya tenía seis hijos cuando dio a luz a Chance, no se queja porque la Monusco le paga la escuela. Pero sí que está preocupada por el futuro de su hija, de tez clara y cabello liso, que "no se adapta a la vida de la aldea".

Kavumu, RD Congo | AFP | Ricky Ombeni

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