Saturday, 21 December 2024

Por Carlos Miguélez Monroy

Periodista y editor en el Centro de Colaboraciones Solidarias

Twitter: @cmiguelez

Cuando estalló el escándalo por posibles sobornos a tenistas de alto nivel para que se dejaran ganar, el actual número uno, Novak Djokovic, confesó que hace unos diez años rechazó una oferta de 200.000 dólares por dejarse perder. A ojos del mundo le honra haber rechazado semejante suma cuando aún se encontraba lejos de la cima del tenis.

Sin embargo, puede sorprender que su sentido de la ética no haya ido más allá para denunciar una práctica que enturbia y que pone en peligro la pasión de su vida: el tenis. Quizá fue instinto de conservación o miedo a enemistarse con poderes que pudieran impedir el ascenso en su carrera. Puede ser que no estaría donde está si lo hubiera denunciado.

No hizo lo mismo el ex futbolista Simone Farina cuando un compañero de equipo en la segunda división del fútbol italiano intentó convencerlo de aceptar un soborno de 200.000 euros para dejarse ganar un partido de copa. Lo rechazó y fue a la policía, que detuvo a 17 personas, cinco de ellas futbolistas profesionales.

Detrás de esos amaños se encontraba una organización, con base en Singapur, que apostaba hasta 1,5 millones de euros en los partidos del fútbol italiano. También se sospechaba de una posible implicación de la mafia.

Farina consideró exagerados los calificativos de “héroe” de la prensa y rechazó la oferta que le hizo la federación de su país de entrenarse con la selección italiana como “premio a su conducta”. Joseph Blatter incluso lo nombró embajador de la FIFA para el Fair Play, lo que resulta paradójico por la deriva del ex presidente del máximo organismo del fútbol. Farina trabaja como entrenador comunitario del Aston Villa, un prestigioso club inglés. El “único” premio a su honradez quizá sea el respeto que se ganó entre tanta gente y el ejemplo que ha dejado en el deporte.

Cuando le preguntaron si en algún momento se había planteado errar el penalti mal señalado del árbitro con el que México avanzó de ronda en la Copa CONCACAF, un futbolista respondió que él se había limitado a cumplir su obligación como profesional.

Había sido tan escandaloso el favor del árbitro que ni siquiera los mensajes patrioteros lograron apagar el incendio en las redes sociales y en los medios de comunicación que provocaron opiniones contrarias.

Los tildaron de ingenuos y de buenistas, pero no tardaron en circular en las mismas redes e incluso en los telediarios videos de deportistas que mostraban un comportamiento ejemplar ante errores arbitrales y otras situaciones. Los argumentos ganaron fuerza al ver en la pantalla no a jugadores desconocidos de la tercera regional de aficionados en un campo municipal, sino a futbolistas conocidos en todo el mundo, sobre todo de la Premier League de Inglaterra. Los años borrarán de la memoria esa copa conseguida por México, pero nadie habría olvidado un gesto deportivo por parte de sus jugadores.

El Fair Play no consiste en una serie de recomendaciones para que los deportistas las sigan de forma voluntaria, sino en principios éticos que obligan por igual a tenistas, a futbolistas, a corredores y a atletas y jugadores de cualquier disciplina.

Los casos de corrupción y de amaños en el deporte producen semejante estruendo quizá porque, para millones de personas, el deporte se ha convertido en el único espacio impermeable a las catástrofes con las que bombardean los medios de comunicación y que generan tanta desesperanza. El ser humano también tiene necesidad de escuchar buenas noticias para mantener cierta esperanza de que tiene sentido levantarse, trabajar, procurar no hacer daño a los demás y vivir con dignidad. Hacer el bien. Necesita ejemplos que den coherencia a la educación ética recibida durante años para no sucumbir a actitudes cínicas y adoptar el lema de “ganar lo es todo”.

Dentro de poco se conocerán los nombres de los tenistas que han aceptado dinero por dejarse perder, como se destaparon los escándalos de la FIFA, con la posible implicación de personas del mundo de la política para la elección de sedes mundialistas. No todo está perdido en el mundo del deporte ni en el de medios de comunicación que denuncian lo que pudre por dentro algo tan sagrado como el deporte.

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