Por Pablo Mieres
Días atrás participamos, a invitación del Diputado Rodrigo Goñi y de la Cátedra UNESCO del Futuro, de un evento para reflexionar sobre la importancia de desarrollar la capacidad anticipatoria y pronosticar los escenarios futuros en los diferentes ámbitos de nuestra vida en sociedad.
En efecto, desde tiempos inmemoriales el ser humano ha intentado controlar, pronosticar o predecir el futuro. En gran medida porque así se podía atenuar o limitar el impacto de los diferentes factores que pueden afectar nuestra propia vida (climáticos, sociales, económicos, políticos) y también porque para muchos seres humanos les es difícil sobrellevar el sentimiento de incertidumbre sobre lo que les ocurrirá en el futuro.
Lo cierto es que, más allá de estos temores o angustias, la capacidad de prevenir la evolución de los acontecimientos y anticiparnos a los riesgos posibles que enfrentamos en nuestra vida colectiva es una línea de trabajo particularmente relevante para enfrentar con mayores perspectivas de éxito las grandes amenazas posibles. Es verdad que de eso trata el avance científico, pero es también cierto que no alcanza con los avances de la ciencia para lograr una capacidad anticipatoria suficiente.
Esta capacidad se construye sobre un conjunto muy amplio de conocimientos y datos que trascienden los que surgen estrictamente de la actividad científica.
Este año ha sido particularmente impactante en la afectación de la capacidad de pronosticar lo que nos ocurrirá en el futuro. El coronavirus destruyó cierta tendencia a la omnipotencia que había caracterizado a la humanidad en los últimos años.
En efecto, durante las últimas décadas se instaló en el imaginario cultural dominante, la idea de que no había límites a nuestra capacidad de avances en el control de todas aquellas situaciones que nos pueden afectar. Incluso la idea de extender prácticamente sin límite el horizonte de nuestras vidas.
Sin embargo, un simple virus inesperado, afectó de manera radical y dramática a toda la humanidad durante este año que termina, poniéndonos ante la traumática evidencia de nuestras limitaciones como género humano.
Esta realidad que estamos viviendo, reafirma la importancia de desarrollar las capacidades anticipatorias para adelantarnos a sus consecuencias.
En lo que hace a nuestra vida cotidiana, hay dos ejemplos particularmente importantes en los que nuestra capacidad de anticipar la evolución de los acontecimientos es crucial para el bienestar de nuestra gente.
El primero de ellos es el empleo. En efecto, prever las tendencias del mercado laboral, adelantarnos en el pronóstico sobre qué roles laborales serán más demandados en los próximos tiempos y qué tareas serán descartadas o se convertirán en trabajos desechables en los próximos años es una tarea ineludible muy relevante.
En efecto, el mercado de trabajo cambia de manera muy rápida y genera consecuencias sociales, puesto que las competencias y habilidades de muchas personas dejan de ser útiles para obtener un empleo y, por el contrario, comienzan a demandarse nuevas habilidades que es preciso adquirir para una persona que busca mantener u obtener trabajo.
Adelantarnos a ese proceso es una de las tareas que, desde el Estado, tenemos que promover y poner a disposición de los trabajadores de nuestro país. Ofrecer a nuestra gente una información oportuna y adecuada sobre las tendencias del empleo es una función sustancial para ayudar a que mucha gente pueda reciclarse.
La capacitación laboral y la formación profesional junto con una transformación de la educación formal para que lo que se enseña en las aulas esté en línea con las tendencias del futuro mercado de trabajo son tareas urgentes e insoslayables a impulsar en estos tiempos tan desafiantes.
Por otro lado, también es una cuestión particularmente importante detectar, identificar y proyectar las tendencias demográficas, sociales y económicas de la sociedad para proyectar los ajustes y cambios de mediano y largo plazo de nuestro sistema de seguridad social.
Quizás el campo de la seguridad social sea uno de los que más requiere de la capacidad anticipatoria, porque las decisiones deben tomarse con varias décadas de anticipación, para que respondan de manera adecuada a las determinantes estructurales futuras.
Muchas de las medidas que hoy se tomen en cuanto a las reglas de juego de la seguridad social, tendrán impacto dentro de veinte o treinta años. Es por eso que la reforma que se está comenzando a proyectar en estos meses tiene como horizonte un cambio urgente, en el sentido demográfico del término, es decir para que responda adecuadamente a los desafíos de las próximas generaciones.
En definitiva, tanto para generar condiciones de equidad en materia de empleo e impedir que mucha gente quede por el camino, como también para asegurar la sustentabilidad social y económica de nuestras futuras generaciones, particularmente los más débiles, nuestra capacidad de pronosticar las tendencias y actuar en consecuencia es absolutamente imprescindible.