En la década del 50, un joven de mirada inquieta y manos firmes comenzó a escribir, sin saberlo, una de las páginas más entrañables de la historia de Las Piedras. Su nombre: Adrián Rodríguez, el hombre que hizo de la fotografía mucho más que un oficio.

Adrián empezó su camino haciendo murales a domicilio, en aquellos tiempos en que las cámaras eran pesadas y las imágenes se revelaban en blanco y negro. Ya casado con quien sería su compañera de vida por medio siglo, Blanca Pombo, decidió instalarse en la ciudad, donde poco a poco se convirtió en una figura querida y reconocida.

Con esfuerzo y talento, montó su propio laboratorio de impresión y comenzó a ofrecer un servicio que, para la época, era revolucionario: fotos carnet en apenas 20 minutos. Su estudio se transformó pronto en un punto de encuentro para los pedrenses, y su fama creció junto con su generosidad. Porque si algo lo caracterizó, fue su corazón: Adrián le sacaba fotos a todo el mundo, tuviera dinero o no.

No había evento en la ciudad donde faltara su cámara. Quinceañeras, casamientos, bautismos, comuniones… todos los momentos importantes pasaban por su lente. Y fue él quien inmortalizó una frase que aún hoy se recuerda con una sonrisa: “¡A ver el pajarito!”. En una época sin redes sociales ni cámaras digitales, don Adrián recorría el campo y la ciudad en su moto Vespa, retratando la vida cotidiana y dejando recuerdos imborrables.

Hoy, con 98 años y una memoria llena de historias, Adrián sigue recordando anécdotas de su larga trayectoria. Una de las más comentadas es la de una noche que, mientras recorría caminos rurales, vio luces a lo lejos, como creyó que era una fiesta se acercó a la puerta y comenzó a gritar: “¡Aquí el fotógrafo! ¡Aquí el fotógrafo!” Pero pronto se dio cuenta que no era una fiesta, había llegado a... un velorio.

Historias como esa abundan en su vida. Historias que fueron formando a un personaje muy querido de Las Piedras. Ahora ya jubilado, el local de fotografía de Garibaldi 626 mantiene el nombre de Foto Adrián. Sigue en actividad, bajo la dirección de Oscar Lemes, su ahijado y continuador del legado.

Por más de 65 años, la ciudad ha sonreído frente al lente de Adrián Rodríguez, el rey de los fotógrafos, un hombre que supo capturar no solo imágenes, sino también el alma de su gente.